En el sueño salía de mi casa con plata en la mano y entraba a un comercio de la cuadra. Quería urgente algo para comer. Había gente esperando con número. Todos veíamos una danza de 4 personas en 2 metros cuadrados, coordinando para no chocarse mientras cocinaban milanesas y otras cosas. Mientras esperábamos que terminaran, miraba los estantes en este sector tipo despensa, para ver si encontraba algo, eran todas golosinas desordenadas con pinta que hacía mucho tiempo estaban ahí y nadie las llevaba.
La danza se interrumpía porque alguien recibía un golpe involuntario y eso desencadenaba que ya acomodaran comida en bandejas saliendo para despacho. Me había olvidado de sacar número y ya había gente nueva en la espera. De todas maneras no había caso, no encontraba nada de comida que me sirviera y salí de ahí para el almacén del chino, que se había convertido en un gran galpón con islas de productos nuevos, muy bien distribuidos y presentados, con espacio libre en el medio para apreciarlos. Veía unos libros gigantes de 1 metro de largo por 80 cm de ancho, con tapas en grises todas muy parecidas diseñadas por inteligencias artificiales. Utilizaron fotos antiguas y deterioradas. Con un filtro que distorsionaba movimientos en giro, le habían dado un toque de distinción precaria. Los libros eran biografías de amas de casa, basadas en escritos que habían encontrado en bibliotecas.
El almacén convertido en galería de arte estaba desierto al principio, luego aparecía la suegra de la china a decirme que eligiera tranquilo y después arreglaba. Parece que la nuera se había calentado con un niño que le tiró un chupetín a la cabeza. Se le enredó en el pelo y en la desesperación por sacarlo había empezado a darle patadas al botija, que se cagaba de risa. Así que la redujeron y estaba detenida.
Yo seguía con hambre y aturdido por las novedades y circunstancias. Me desperté enseguida.