A veces estoy sentado en el baño sin el celular. Escucho el tic del calefón cuando enciende la luz roja del piloto. Me obliga a mirar.
Un zumbido crece. Uno no sabe si viene de antes, como si cada tanto se reseteara el silencio e incluyera algo de ese zumbido como parte estructural de sí mismo y nos echara en cara que nuestra noción de silencio es defectuosa.
Luego se convierte en silbido agudo intermitente, que aparece y se va de rango. Como un avión que juega a esconderse entre las nubes y mostrarse otra vez.
Pues bien, en esas lagunas donde el silencio posterior al silbido es insoportable, imagino que el calefón estalla y me mata. Sin embargo, mis fragmentos conscientes evalúan daños de la casa, se detienen en la cantidad de tiempo que habría que invertir en reparaciones.
No sé por qué ocurren estos episodios. Tiendo a pensar cómo construimos a través de los años lo que tenemos, cómo resiste nuestra tela de araña, lo fuerte y sin embargo lo frágil que es. Veo mil escenarios donde todo desaparece en un segundo.
Por eso ahora, aunque entre con el celular, lo miro. Dedico un momento al milagro de escuchar tic y que no explote.