La primera vez que llegué al apartamento que tuvo en la calle Balestra, dijo de forma medio rara metete para adentro mientras me pedía con un gesto sus propias llaves puestas en la puerta y salía al almacén. Pensé que tendría un perro de esos medio revoltosos, lengua afuera, todo el día queriendo salir. Resultó que no. Tenía un no se qué medio nervioso en la forma de hablar. Cuando volvió, casi gritando desde la puerta, dejó el queso rallado sobre la mesada, diciendo, no sabés, estoy re contenta con esta bombacha. Hubo un momento de confusión, tuvo que moverse por la luz, para que viera mejor. Miré abajo y arriba, dos veces, no sabía qué decir. Soy de preveer las cosas, pero esto me superaba en todo sentido. Mi cara debió ser un poema, me agarró con una mano la cara y dijo estoy igual que vos.

La segunda vez que fui, soltó dale, movete apenas abrió las puertas el ascensor, donde había más gente. Me sonreí encima varias veces. ¿Qué pasó? ¿Dónde aprendiste a romper el hielo? Con su madre y un cuchillo, bien. Esta vez fui yo al mandado, aproveché para pensar un poco qué hacer, tuve varias ideas. Más que nada, escenarios de salida. No hicieron falta, el resto de la noche pasamos bien de bien, la bombacha apareció más tarde, a una hora común. Cuando hacía rato ya que quería ir a eso.

La tercera fue en la playa, un día de semana. Ya había refrescado un poco y no tenía short. Dale, cagón. Ella se metió igual. No la seguí.
El tono en la voz me pone incómodo y me atrae en la misma proporción. No estoy en mi terreno, no voy a seguir. Camino por la arena como Bielsa en el césped bajando el santo para dar una indicación. Levanto temperatura, reviso si me queda algo para el taxi. Ella nada. Conversa. Mira el sol. Gira y me dice vení con la manito. Después, otra vez, todo se normalizó.

La cuarta íbamos en bicicleta y me chocó de atrás, a propósito, durante el trayecto a casa de unos amigos. Estás como lento, dice. Me fastidié, por supuesto. Empecé a desmenuzar el ritual que proponía siempre y los modos de resolver que se fueron dando.

La quinta dije chau apenas llegué, cuando soltó su frase de destrato. Le dejé las llaves en el piso. Cerré la puerta y me fui llorando.